
Sin embargo, pensar no está de moda; incluso está mal visto. Esta sociedad en la que nos toca vivir, trata de moldear individuos de mente plana, uniformes, dóciles y fáciles de manipular. Los poderosos, los que manejan esta sociedad desde sus centros de poder, se ocupan incesantemente de utilizar los potentes medios que también dominan, para conseguir el fin perseguido. De esta forma, la TV. nos dice cómo tenemos que ser, qué es lo que se lleva, dónde y qué debemos comprar; nos tiene entretenidos, ora con un partido de fútbol, ora con un maravilloso programa de cotilleo. Esa misma televisión, también nos quiere mantener informados y nos traslada diariamente, debidamente “filtrados”, los acontecimientos mas diversos que se han producido, tanto en nuestro entorno mas cercano, como en todo el mundo. Y nosotros, fervientes telespectadores, no tenemos que realizar ningún esfuerzo para tragarnos lo que nos echen. No nos tenemos que ocupar de pensar nada; nos lo dan ya todo pensado. Tan solo tenemos que digerirlo, aceptarlo y seguir las directrices sociales marcadas por los poderosos que dominan el cotarro.
Pero de repente, a algunos tipos raros les da por pensar. Comienzan a reflexionar, a hacerse preguntas sobre las cuestiones más variadas y a no aceptar alegremente las informaciones que les quieren meter en sus cerebros. Acaban de iniciar una actividad muy peligrosa para la armonía de esa sociedad. Pero esta actividad que tanto asusta a los poderosos, satisface a los que piensan. Además de esta rara actividad de pensar, suelen derivarse efectos provechosos para el resto de la sociedad, a pesar de que los poderosos vean peligrar su chiringuito.
Recuerdo, recién nombrado Director de Sucursal de la entidad en la que trabajaba, que después de una exposición del Director Comercial sobre la necesidad de vender un determinado producto financiero, se me ocurrió contra argumentarle de forma razonada, sobre algunos inconvenientes del tal producto. Contestó a mi propuesta diciéndome: “Tú no estás aquí para pensar; para eso está el Jefe de Estudios”. Desde entonces comencé a sentirme como un poco raro entre mis compañeros. Yo era un tío que pensaba por mi cuenta, que “examinaba con cuidado algo para formar dictamen”. Un caso perdido, un discrepante, le comentaron a mi mujer algunos de mis compañeros. Tuve la gran suerte de poder mantener esa independencia hasta que dejé de trabajar. No fue tarea fácil, pero a mí me produjo hondas satisfacciones profesionales y personales. Y sobre todo, me hizo crecer como persona.
Cuando llegó el momento de mi prejubilación, con 55 años, soy consciente de que más de un directivo con mayor nivel en el organigrama que yo, brindaría por mi marcha. Ya no volvería a estorbar.
El pasado viernes cuando me dirigía a clase, al pasar por uno de los carteles indicadores de la Universidad Carlos III de Getafe, vi un graffiti que rezaba así: “Pienso, luego estorbo” y al lado el símbolo de la acracia. Iba con prisa y cuando asimilé lo que acababa de leer, volví sobre mis pasos, saqué el móvil y fotografié el documento que encabeza este comentario. Me sentí plenamente identificado con el autor de la pintada. Pienso seguir estorbando todo el tiempo vital del que disponga.