viernes, 29 de marzo de 2013

SERVIDORES DEL ORDEN PÚBLICO 3/5



            Las fechas en las que se abrió la Sucursal de Caja de Madrid en Algete, coincidían con una de las múltiples fugas de la cárcel de Eleuterio Sánchez  “El Lute”. La dotación del puesto de la Guardia Civil de Algete, era si no recuerdo mal, de un cabo y tres o cuatro “números”.
            A los dos días de abrir la Sucursal recibí la visita del cabo de la Guardia Civil. Quería inspeccionar la Sucursal y enterarse del efectivo  que manejábamos. Le enseñé la caja fuerte y comprobó que estaba anclada al suelo de la Oficina. Opinó sobre la inseguridad del local, que daba por su parte posterior a un campo y que la puerta de entrada era muy fácil de abrir (era verdad). Me contó que la apertura de la Sucursal le iba a complicar la vida. Que “El Lute” merodeaba por allí y un buen día podía hacer un butrón y llevarse la caja fuerte  … …  Y no sé cuántas historias más.
La gente me contaba que era más intransigente que el cura, cuando en el baile los jóvenes se arrimaban demasiado. También decían que, tanto él como sus subordinados, dedicaban  muchas horas a vigilar la finca “El Soto”. Esta finca daba trabajo a un buen número de algeteños y era propiedad del duque de Alburquerque. Tenía el duque en su finca una de las más importantes cuadras de caballos de carreras de España y él mismo fue un notable jinete.
Durante mi permanencia en Algete, se inauguró una nueva casa-cuartel de la Guardia Civil. Quedé totalmente descolocado cuando recibí dos invitaciones para asistir a la ceremonia de inauguración. Una de ellas me la remitía el Sr. Alcalde, en mi condición de “Director de la Caja de Madrid”, cuando yo era tan solo un Oficial 2º encargado de la apertura de una Sucursal. La otra me la remitió el comandante del puesto de Alcalá de Henares con el mismo tratamiento. En mi corta vida nunca me había visto en una historia tan protocolaria. Lógicamente tuve que acudir al acto. Primero la bendición de los locales por el Sr. Cura, luego la alocución patriótica del Comandante de Alcalá y finalmente un vino español. El vino español se celebraba en el jardín interior del bar Jamaica. Allí estaban preparadas unas mesas para acomodar a las “fuerzas vivas” y ahí celebré mi bautismo en actos oficiales. He de reconocer que el piscolabis fue abundante y como cosa curiosa recuerdo un jamón colgado entre dos árboles y del que alguien cortaba unas lonchas de bastante grosor, utilizando una cuchilla de zapatero; de las de cortar cuero.
Para que no faltara de nada en mis experiencias de Algete, un buen día, hacia  las dos de la tarde, comenzaron a sonar las campanas de la Iglesia de una forma desconocida para mí. Salí a la calle por ver qué pasaba y enseguida me informó una vecina que era toque de fuego. Aquel verano resultó muy seco y se habían incendiado unas tierras del Alcalde. Era necesario sofocar el fuego o perdería toda la cosecha de trigo.
Precisamente ese mismo día, se habían producido unos ingresos importantes en efectivo  y tenía que llevar a Madrid, el dinero que excedía del encaje permitido. Todavía no existía Prosegur, ni los transportes blindados. El dinero lo llevaba yo mismo, envuelto en papel , y debajo del asiento del conductor de mi Seat 850. Como consecuencia del incendio, la mayoría de los hombres del pueblo se pusieron a las órdenes del cabo de la Guardia Civil, que era quien organizaba las tareas de extinción. Paré mi coche al lado del cabo y me puse a su disposición, a la vez que le preguntaba dónde podía aparcar el vehículo de forma segura, al llevar dinero. “Sal pitando para Madrid me dijo; bastantes problemas tengo con el incendio, como para estar pendiente de un coche lleno de dinero. Hoy ya solo falta que a “El Lute” le dé por venir por aquí”.
Al día siguiente todo el mundo sabía que me había ofrecido a apagar el fuego y que no pude colaborar por las razones expuestas. Ese día tuve que rechazar unas cuantas invitaciones a otras tantas rondas en el bar. El Alcalde me agradeció personalmente mi interés por la ayuda que no llegué a dar. Y yo, una vez más, estaba desconcertado. ¡Qué cultura tan diferente a la de la gran ciudad! Ante una emergencia grave, se olvidaban todas las rencillas y desencuentros. Todos, sin excepción, colaboraban para resolver la situación. Una enseñanza más de las muchas que tuve.


jueves, 28 de marzo de 2013

ME QUIEREN CASAR (2/5)




La gente de Algete  me admitió rápidamente en su vida diaria, al principio como “el forastero” y, poco a poco, ya estaba participando en la vida del pueblo como uno más.
Tuve que habituarme a las costumbres del pueblo y a la idiosincrasia de su gente. De este modo, entre otras cosas, me tocó responder a un montón de “encuestas populares”. Una de las primeras encuestas fue la que les permitió a los algeteños saber sobre mi estado civil.
 A la semana de llegar, un señor mayor del pueblo,  mantiene conmigo la siguiente conversación:
-          Buenos días, ¿Vd. es el del Banco verdad?.
-          Sí señor.
-          ¿Está Vd. casado?
-          No, pero tengo novia y me pienso casar este año.
-          Quiá; haga Vd. como todos los que han llegado a este pueblo. Búsquese una moza con un buen fajo de escrituras bajo del brazo y se casa con ella. Luego Vd., cuando le haga falta, se va a Madrid y tiene a todas las mujeres que quiera.
-          Lo tendré en cuenta.
-          Hágame caso, yo le informo de las mozas libres del pueblo y de las tierras que tienen.
-          Adiós.
-          Adiós.
Volví a mi trabajo pensando si sería cierto todo lo que acaba de escuchar. Yo flipaba.
En muy poco tiempo me enteré, que aquello que me contó el buen señor, había sido una tónica en ese pueblo. Al parecer, en la guerra civil, Algete “cayó” en zona republicana y después de la guerra se quedaron muchas mujeres viudas. También, según contaban los más viejos, los ganadores de la guerra pusieron en práctica lo de la “moza con un fajo de escrituras”. De este modo me informaron de cómo alguno de las “fuerzas vivas”, que llegaron al pueblo con los vencedores de la guerra, había puesto en práctica ese negocio tan peculiar.
Al no tener teléfono en la Sucursal, todos los días tenía necesidad de acudir a la centralita de Teléfonos para resolver los más diversos temas relacionados con el negocio bancario. La telefonista del pueblo, que era bastante fea, era también una de las candidatas que me había buscado aquel hombre para el negocio del casorio. No sé hasta dónde llegarían sus gestiones, pero el día que nos instalaron el teléfono en la Oficina y no tuve que volver a verla, se me quitó un peso de encima.
Le contaba estas historias a mi novia y no daba crédito. Tampoco lo creían mis amigos, que no paraban de tomarme el pelo. Pues sí: las cosas eran de ese modo. Finalmente acabé casándome con mi novia y eché a perder el negocio de “la moza con el fajo de escrituras”.

martes, 26 de marzo de 2013

TOMA DE CONTACTO (1/5)




Hace unos meses, en una reunión familiar, salieron a colación, alguna de las experiencias que viví durante mi estancia laboral en Algete (Madrid). Mi sobrino Miguel me animó a que las escribiera y finalmente  he decido comenzar este relato. Hoy quiero recordar mis primeros días. Espero continuar sin aburrir al amable lector.

Corría el año de 1971, cuando me nombraron responsable de la Sucursal de Caja Madrid en aquella localidad. Algete era entonces un pequeño pueblo con una cultura rural muy arraigada y que yo desconocía totalmente. Hoy, cuarenta y dos años más tarde, se ha convertido en un núcleo urbano de casi 22.000 habitantes, muy diferente del que yo conocí entonces.

Pues bien, tuve que desempeñar el cargo de Director de aquella Sucursal durante un periodo de nueve meses y en ese corto espacio de tiempo, viví una serie de experiencias únicas para mí; para una persona que hasta entonces había estado inmersa en la cultura de la gran ciudad. Todos los días acudía desde mi casa de Madrid a Algete (unos 30 kms) y cada día vivía una experiencia diferente que me enriquecía de manera notable.  

La Sucursal debía estar en funcionamiento antes del 31 de marzo de aquel año, porque de lo contrario, la Confederación Española de Cajas de Ahorros nos podía quitar la autorización para aquella apertura. El local donde se ubicaba la oficina estaba en la calle Jose Antonio, una bocacalle de la carretera que venía de Madrid y en la que también estaba la Farmacia y el bar Jamaica (el único bar del pueblo que hacía café). Como todo se había producido con tanta rapidez, cuando llegué el primer día a mi nuevo destino, tan solo había en el local dos mesas, seis sillas, una máquina de escribir, una caja fuerte, un fichero y el pedido inicial de material de oficina y de impresos, necesarios para comenzar la actividad. De momento, el único empleado de la Sucursal era yo; posteriormente me enviarían a un Auxiliar Administrativo. Por supuesto, no había teléfono y estuvimos sin él unos tres meses. Tampoco había ningún sistema de calefacción y el frío que pasaba en la oficina, no me permitía quitarme ni el abrigo, ni los guantes. Me salieron sabañones en las orejas.

Mi primera obligación era la de presentarme a la gente del pueblo, comenzando por el Alcalde. Me dirigí al Ayuntamiento y allí me recibió el Alguacil. Le pregunté que cuándo podría ver al Sr. Alcalde. El Alguacil, me informó que el mejor momento para ver al Alcalde era a la una de la tarde en el Jamaica (el bar). Además así conocería a la vez, al Practicante, al Juez de Paz, al Boticario, … … en fin, a la gente más representativa. Pues bien, hice caso al Alguacil y a la una estaba en el Jamaica. Todos los que estaban en el bar en ese momento ya sabían quién era yo. Yo no sabía quién era nadie. Me recibieron y se presentaron todos a mí, con mucha amabilidad. Lo primero que me preguntaron fue: ¿Qué toma Vd.?. Se me ocurrió pedir un vino tinto, por aquello de “donde fueres haz lo que vieres”. Dado que el grupo con el que estaba era de seis personas, me cayeron encima seis tintos, es decir, seis rondas.

Menos mal que todavía no existían los controles de alcoholemia. A las tres de la tarde volvía a mi casa de Madrid, bastante contento y habiendo tomado mi primer contacto con casi todas las autoridades del pueblo. Acababa de descubrir una Sociedad, desconocida para mí, en la que debería integrarme para desempeñar mi función laboral. Y la experiencia inicial me gustó.
(Continuará).