Cuando era
estudiante de Bachillerato (in illo tempore), me producía mucha curiosidad eso
de los prefijos y los sufijos. Ya solamente los nombrecitos me llamaban la
atención. Luego pude comprobar y conocer lo útiles que son.
Hace unos
días, la amiga de una hija mía celebraba su cuarenta aniversario y empezaron a
tomarle el pelo llamándole “cuarentona”, mientras que sus amigas solo tenían
treinta y nueve años y, en consecuencia, eran “treintañeras”.
Entonces caí
en la cuenta de que el sufijo “ero”, lo utilizamos para hablar de personas
jóvenes. Comenzamos refiriéndonos a los más jóvenes como quinceañeros, luego
son veinteañeros e incluso treintañeros. Pero de repente, dejas de ser “ero”,
es decir joven, (con treinta y nueve años) y pasas a ser usuario del sufijo
“ton”. Tu próximo cumpleaños te convierte en un cuarentón. Ya eres mayor. El
lenguaje popular ya te ha encasillado en el grupo de los “tones”: cincuentones,
setentones, etc.. ¡Qué vida esta!. Eso, sin contar que más adelante emplearemos
otro sufijo más contundente: el sufijo “genario”. Éste lo utilizaremos para
cuando seamos más mayores: sexagenario, octogenario, etc., es decir, para
cuando nos llamen viejos.
A mí me parece
que eso del lenguaje está muy bien, pero luego la realidad es otra. Conozco a
veinteañeros que serían “veintegenarios” y a setentones que serían
“setentañeros”.
La juventud y
la vejez, son temas de calendario; pero
sobre todo de mentalidad.