Hoy nos encontramos mi mujer y yo con
unos amigos a los que hace tiempo que no veíamos. Después de los comentarios
habituales sobre las cosas que nos ocurren, surgen los comentarios sobre los
hijos y nietos. En este punto, mi mujer comenta que mañana tendremos en casa a
comer a todos los hijos y nietos y que,
como le encanta la cocina, hoy va a dedicarse a preparar la comida de mañana. Nuestra
familia es amplia y esa preparación y su vocación culinaria le va a llevar un
tiempo. Y es entonces cuando surge la frase de moda. Le dice su amiga: “lo que
tienes que hacer … …, es un redondo en la olla y te dejas de complicaciones”. Incluso
nos recomienda que luego nos tomemos un café. Mi mujer es muy prudente, y
aunque ya tenga pensado el extraordinario y variado menú que va a preparar, no
le ha respondido.
Esta
frase, consejo, recomendación, o lo que sea, está
muy extendida. Y la podemos escuchar en cualquier conversación, con amigos o
conocidos y sobre cualquier cuestión. Cada vez que la escucho, no lo puedo
remediar: me enciendo. Me parece una falta de respeto hacia los demás, hacia su
manera de pensar, hacia su manera de ver la vida, hacia su manera de ser. En
una palabra, creo que es una falta de consideración hacia el otro. Porque el
emisor del mensaje, no está pensando en ayudar al receptor; está simplemente
pensando (aunque sea inconscientemente, que es lo peor) que él está en posesión
de la solución correcta, menospreciando que el otro tenga otra alternativa tan
buena o mejor que la suya. O que simplemente tenga su alternativa.
Nos
encontramos en un momento y un escenario social que me recuerda cada vez más al
descrito por nuestros clásicos. Nos contaban que los hidalgos, que estaban
muertos de hambre, se “decoraban” las barbas con migas de pan para demostrar al
resto que habían comido. Hemos vuelto con mucha intensidad al mundo del
trampantojo. Lo importante es aparentar. Que los demás perciban que soy un tío
importante, con clase, con “posibles”, aunque todo sea mentira.
Y
esta situación cultural en la que nos encontramos, es la más propicia para que
estemos engañados permanentemente en las cuestiones sociales fundamentales. La
prueba más evidente que se me ocurre, es la del panorama que nos ofrecen
nuestros políticos, sus trapacerías, sus mangancias, sus desvergüenzas y su
desdén hacia los ciudadanos. Nuestro problema, el de los ciudadanos, es que
tenemos tan asumida la “cultura del trampantojo”, la cultura del “no pensar”,
la cultura de que “me lo den pensado”, que cuando nos dicen “lo que tienes que
hacer … … “ vamos y lo hacemos, sin más.
Pues
aunque sea un caso raro y me tilden de ello, seguiré en mis trece y haré lo que
me parezca en cada momento. Seguiré acertando o equivocándome, según toque,
pero quiero seguir pensando y actuar de acuerdo con lo que piense en cada
momento.