

Aquella mañana fui a mi banco; hacía meses que no tenía necesidad de acudir a mí sucursal; todas mis operaciones las hacía a través de Internet o de los cajeros automáticos. Pero ese día necesitaba hablar con el director de mí oficina, porque me vencía un depósito a plazo de un año, de los de toda la vida, y quería conocer las condiciones de la posible renovación.
Enseguida noté algo raro; se habían
producido cambios y me sentía más cómodo. El empleado al que acudía para las
cosas más sencillas, me trató con una deferencia inusual. Los carteles
anunciadores de los productos financieros se entendían perfectamente; no tenían
letra pequeña. No ofrecían regalos por traer un depósito, por trasladar un plan
de pensiones o por contratar un seguro de vida. El director me explicó, sin
rodeos y de forma meridianamente clara, el depósito a un año que yo buscaba. Me
informó que el tipo de interés que me ofrecía era un poco más alto por ser
cliente antiguo. También me dijo, que ya no pagaría comisión de mantenimiento
por la cuenta en la que mensualmente me abonan los intereses de mi depósito.
“El banco, me dijo, ha decidido cuidar a su clientela más fiel”.
Me ví transportado a veinte o treinta
años atrás, cuando, a pesar de disponer de menos capacidad de ahorro, mi banco
me trataba como a un cliente importante. Esta agradable sensación que estaba
sintiendo la achaqué a los efectos de la “reforma financiera” de la que tanto
se estaba hablando en esos días. ¡Qué bien!, pensé; volvemos a la banca de siempre.
A la de operaciones sencillas para economías sencillas. Y me sentí muy
satisfecho con los artífices de esta reforma.
En ese momento, ring, ring, ring,… …
sonó insistente el despertador.
Después
de ducharme, afeitarme y tomar un ligero
desayuno, acudí al banco para renovar mi depósito de ahorro vencido. Todavía un
poco somnoliento, crucé la puerta del banco. No había nadie a esa primera hora.
Ningún empleado me saludó. Me dirigí al despacho del director, con el que había
concertado mi cita a las 9 de la mañana, pero en ese momento estaba ocupado en
una acalorada conversación telefónica. Tomé asiento y esperé a que terminara.
Los carteles anunciaban un “Depósito
Milagro 2012”, a un tipo mínimo de interés del 5,5 %. El depósito era
de 15.000 euros en adelante, por supuesto de dinero nuevo; mi depósito vencido
era de 30.000 euros. Según el anuncio era un depósito muy interesante, ya que
el 50 % del depósito se colocaba a un interés asegurado del 2 %; y con el 50 %
restante, el banco lo invertía en unas opciones sobre una futura concesión
administrativa, para la explotación de unos huertos solares en Camerún, que al
parecer iban a ser la bomba: mejor que una mina de oro.
Como
quiera que el director se demoraba, me levanté y, calándome las gafas de cerca,
pude leer malamente la letra pequeña de aquel cartel. Se explicaba (es un
decir) que toda esa historia de las opciones y la concesión del Camerún,
estaban a su vez condicionadas a que el At. de Madrid ganara la Liga (por eso
se llamaría “depósito milagro”, pensé yo). También constaba en el anuncio la
aprobación por parte del Bº de España.
El director acabó la conversación
telefónica y me recibió apresurado. Me contó que tenía mucho trabajo y que su
director comercial ya le estaba pidiendo cuentas sobre cómo iba la campaña de
colocación del “Depósito Milagro 2.012”. Le pregunté sobre ese depósito y me
comentó que era lo mejor que podía hacer para renovar el que me acababa de
vencer. Pero lo mío no es “dinero nuevo”, le dije. Eso se arregla fácilmente:
Vd. transfiere el que le acaba de vencer, a esa cuenta que me dijo Vd. que tiene
en otro banco; pasados dos o tres días, vuelve Vd. a transferir de nuevo el
dinero a este banco y ya es “dinero nuevo”. Le dije que lo iba a pensar mejor y
me fui, no sin antes escucharle que me advertía: “pero no lo piense mucho, que
esto se acaba pronto”.
Al volver a casa me dí cuenta de que
eso de la “reforma financiera” que tan buena sensación me había dejado, era
solo un bello sueño. Mi banco estaba igual que hace un año cuando abrí mi
depósito a plazo. Los carteles tenían el mismo engañoso contenido, solo
cambiaba el producto que anunciaban. El director, era el mismo tipo presionado
y despreocupado por sus clientes: su única obsesión era ese bonus que
conseguiría a base de colocar “Depósitos Milagro”, o cualquiera otra porquería
que se le hubiera ocurrido a los ingenieros financieros de su banco.
¿Qué
será eso de la reforma financiera de la que tanto hablan los políticos y la
prensa?.