La tradición cristiana celebra hoy la fiesta de los
Santos Inocentes. Cuando yo era joven, es decir hace muchos años, era típico
que en este día se gastaran todo tipo de bromas; la mayoría de ellas ingeniosas
y alguna que otra pesada. Esta costumbre se ha ido perdiendo con el transcurso
del tiempo. Ya no es habitual ver cómo los comerciantes de los mercados de
abastos, que eran los principales animadores de esta jornada divertida,
llamarle al que había sufrido una “inocentada”: ¡inocente, inocente ...!. Ya no
vemos por las calles a gente con monigotes colgados en la espalda, ni cosas por
el estilo. Hoy los tiempos han cambiado y mucho. Esa tradición ya ha pasado. O
mejor dicho, se ha extendido en el tiempo. Quiero decir que la “fiesta de los
Santos Inocentes” se celebra todos los días del año.
De
entrada, ya no nos encontramos con una tradición. Estamos metidos (y de lleno)
en una situación permanente de engaño, no de broma, que nos convierte no en
inocentes, sino en ciudadanos engañados. Cada día nos encontramos con una nueva
“inocentada” más cruel que la de ayer. Que si la luz va a subir un 11% y luego
no es así, solo un 2,3%, pero que subirá. Que si las pensiones subirán un 0,25
%, eso sí, sin aplicar aún el nuevo índice ISC (el índice que nos sale de los
cojones). Que si en este año que acaba, casi 300.000 personas habrán perdido su
empleo, a pesar de lo cual se dice que “estamos mejor”… … . Y así seguiríamos
hasta cansarnos.
Por
no hablar de las inocentadas de Bárcenas, Blesa, y todo ese ejército de
“inocentes criaturas”, a los que imagino celebrando su fiesta, contando las
ingentes cantidades de dinero defraudadas a los ciudadanos: a esos tontos
útiles a los que seguirán engañando una y otra vez.
Podríamos recordar también las
inocentadas de Dª Ana Botella (que elija el lector la que más le guste), del
Sr. Gallardón y su Ley del Aborto (¿o del aborto de ley?), del Sr. Fernandez
Díaz y su Ley de “in Seguridad” Ciudadana. Y de tantos y tantos inocentes
políticos que dicen gobernarnos, siguiendo fielmente las instrucciones que
reciben permanentemente de los verdaderos dueños de este cortijo, antes llamado
país.
Quisiera
recuperar la tradición de la “inocentada de barrio”, volver a ser inocente solo
por un día y compartir esas bromas con mis convecinos. También quisiera, que
esos inocentes a los que acabo de referirme se fueran a hacer puñetas (por
decirlo finamente) y dejaran en paz a la ciudadanía. Me encantaría que los
Reyes Magos nos trajeran una clase política honrada, capaz de resolver los
problemas de quienes les han elegido y de generar una convivencia normal entre
todos nosotros. Hago estas peticiones a los Reyes Magos, porque a los otros no
les veo por la labor.
En fin, como puede apreciarse claramente,
yo sí que soy un inocente de los de tomo y lomo. Voy a ver si me quito el
monigote que se me ha colgado a la espalda él solito.
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