sábado, 17 de octubre de 2009

EL ALZHEIMER, Y LA IGLESIA

Mi madre, que está a punto de cumplir ochenta y ocho años, padece desde hace diez, la enfermedad de Alzheimer. La evolución de esta enfermedad, hasta hoy irreversible, ha sido lenta pero imparable. El deterioro físico al que ya ha llegado le hace ser dependiente total. Pero es sorprendente que todavía, de vez en cuando, es capaz de recordar y cantar conmigo canciones de cuando era más joven. Y disfruta y es feliz. Y yo lo soy con ella en esos momentos. Solo son instantes cortos de felicidad, pero de una gran intensidad emotiva. Es entonces cuando reflexiono sobre lo puñetera que es esta enfermedad, la cantidad cada vez mayor de personas que la sufren y las posibilidades de curación que hoy no existen.


El ser humano, a diferencia de los otros animales, puede sentir, gracias a la memoria, las sensaciones de la ausencia de un pasado más o menos feliz y la incertidumbre de un futuro. La memoria está presente de forma activa en todos y cada uno de los actos de nuestra vida. La memoria nos mantiene vivos y es probablemente, en mi opinión, la función cerebral más característica de los humanos. La terrible enfermedad de Alzheimer consigue de forma paulatina e irreversible que aquellas personas que la sufren, pierdan la memoria y esas sensaciones de ausencia o de incertidumbre.

Yo me identifico como la persona que soy, en tanto en cuanto tengo la capacidad de diferenciarme de los demás y de reconocerme como yo mismo. Pero si pierdo la memoria, seré incapaz de recordar quienes son los demás y en consecuencia quien soy yo. Habré perdido lo más valioso que tiene el ser humano: mi identidad, mi individualidad. Aunque mi organismo se mantenga vegetativamente vivo, yo estaré muerto como ser humano.

Parece ser, en opinión de científicos de reconocida solvencia, que mediante la investigación con células madre, sean adultas o embrionarias, pueden llegarse a obtener soluciones para la cura de esta terrible y cada vez más frecuente enfermedad. Pero la Iglesia Católica se opone frontalmente a la investigación con células madre embrionarias. Y claro está, desarrolla una nueva cruzada contra estas prácticas científicas. El diario vaticano L'Osservatore Romano (10 marzo 2009) calificó de "profundamente inmoral y superflua" la investigación sobre células madre embrionarias, cuyo financiamiento con fondos federales ha sido rehabilitado por Barack Obama, tras ser impedido durante ocho años por su antecesor, el ultraconservador Bush.

Para la Iglesia Católica, en el momento en que un espermatozoide fecunda a un óvulo ya existe un ser humano y la investigación con células embrionarias sería un crimen. De hecho han utilizado en campañas anteriores el lema de “Todos fuimos embriones”. Evidentemente lo fuimos, y antes de eso, el óvulo de una madre estaba por un lado y el espermatozoide de un padre por otro. Gracias a los avances de la ciencia hoy viven en el mundo millones de seres humanos cuyo embrión fue producto de una fecundación artificial. Y la Iglesia Católica tampoco admitía esa “barbaridad”. Como tampoco admitió en su momento que Vesalio (siglo XVI) pudiera diseccionar los “sagrados” cadáveres, para avanzar en sus estudios de Anatomía Humana. Estudios de los que luego pudimos beneficiarnos todos los hombres (incluso los eclesiásticos) para aliviar nuestras dolencias. Sería prolijo y pesado relatar la cantidad de investigadores proscritos por el fanatismo de los dirigentes de la Iglesia Católica.

Los avances científicos y la Historia, han dejado sistemáticamente a la Iglesia Católica en una posición vergonzosa. El problema para todos nosotros, es que todavía hoy, en una Sociedad mucho mas abierta, mientras ostente el gran poder fáctico que ostenta, sus actuaciones seguirán entorpeciendo el avance científico e impedirán, que personas aquejadas de Alzheimer, como mi madre, puedan aliviar sus enfermedades. Mientras tanto, seguirán predicando la promesa de otra hipotética vida mejor: la vida eterna

4 comentarios:

LUFERURA dijo...

La enfermedad del Alzheimer es cruel y la iglesia, en lo que se refiere a su posición con respecto a las células madre no hace más que plantear el dilema de si el fin justifica los medios.

Para la Iglesia un ovulo fecundado, un embrión, ya es una persona y hay que respetarla, de ahí su posición con respecto al aborto. El sacrificio de un embrión para obtener células madre es, para la Iglesia, lo mismo que un aborto. Sin embargo no ha puesto pegas en la obtención de células madre a través de otros medios como la extracción de las mismas a través del cordón umbilical.
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Si es cierto que la Iglesia se estámetiendo en un callejón sin salida postulando que "sólo Dios puede..." A veces se le olvida que el intento de mejorar es también un designio divino y confunde la investigación con jugar a ser Dios, cuando en realidad sólo jugamos a ser Dios cuando nos dedicamos a prohibir por prohibir.

Siento el estado de tu madre, yo he pasado por lo mismo con un familiar y aunque tiene ratos reconfortantes, también tiene momentos muy duros, ya lo sabes.

Un abrazo con todo mi apoyo.

emilio dijo...

Hola Armando: Yo también he tenido algun familiar con Alzheimer y sé lo que es, aunque no he tenido que convivir las 24 horas del día. Me alegro de que por lo menos puedas disfrutar de esos momentos fuertemente emotivos.
En cuanto a la iglesia, qué quieres que te diga: si todos fueran como Miret de Magdalena estaríamos más cerca. De esta manera, lo único que van a hacer es echar a los poquitos que quedan...
Un abrazo: emilio

Fernando Solera dijo...

La Iglesia Católica está llena de contradicciones. Para mí, todo lo que sea un avance científico que ayude a salvar vidas humanas sin dañar otras, me parece perfecto.

Por cierto, Armando, te ha quedado muy emotivo el artículo. Te envío un cálido abrazo para ti y un beso para ella.

Domingo dijo...

Díme de que se trata que me opongo. Esa parece ser la filosofía de la Iglesia Católica. Por lo demás, amigo Armando, no sabes cuánto me identifico con lo que nos narras de tu madre, porque mi abuela paterna, fallecida hace seis meses, también padecía dicha enfermedad y vivía en tinieblas, sin reconocer ni a hijos ni a nietos. A veces, muy pocas, tenía destellos de lucidez y de repente decía nuestros nombres o recordaba cosas de muchas décadas atrás pero no de lo que había hecho ayer, por ejemplo. Sólo respondía a estímulos afectivos. Sonreía y en sus ojos podía leer que, a pesar de todo, ella nos sabía cercanos, pertenecientes al mismo bando. Es una enfermedad cruel, porque te lo arrebata todo y de forma irreversible además. En fin, no es fácil.