Hace unos meses, en una reunión familiar, salieron a
colación, alguna de las experiencias que viví durante mi estancia laboral en Algete (Madrid). Mi sobrino
Miguel me animó a que las escribiera y finalmente he decido comenzar este relato. Hoy quiero
recordar mis primeros días. Espero continuar sin aburrir al amable lector.
Corría el año de 1971, cuando me
nombraron responsable de la Sucursal de Caja Madrid en aquella localidad. Algete
era entonces un pequeño pueblo con una cultura rural muy arraigada y que yo
desconocía totalmente. Hoy, cuarenta y dos años más tarde, se ha convertido en
un núcleo urbano de casi 22.000 habitantes, muy diferente del que yo conocí
entonces.
Pues bien, tuve que desempeñar el cargo
de Director de aquella Sucursal durante un periodo de nueve meses y en ese
corto espacio de tiempo, viví una serie de experiencias únicas para mí; para una persona que hasta entonces había
estado inmersa en la cultura de la gran ciudad. Todos los días acudía desde mi
casa de Madrid a Algete (unos 30 kms) y cada día vivía una experiencia
diferente que me enriquecía de manera notable.
La Sucursal debía estar en funcionamiento
antes del 31 de marzo de aquel año, porque de lo contrario, la Confederación
Española de Cajas de Ahorros nos podía quitar la autorización para aquella apertura.
El local donde se ubicaba la oficina estaba en la calle Jose Antonio, una
bocacalle de la carretera que venía de Madrid y en la que también estaba la
Farmacia y el bar Jamaica (el único bar del pueblo que hacía café). Como todo
se había producido con tanta rapidez, cuando llegué el primer día a mi nuevo
destino, tan solo había en el local dos mesas, seis sillas, una máquina de
escribir, una caja fuerte, un fichero y el pedido inicial de material de
oficina y de impresos, necesarios para comenzar la actividad. De momento, el único empleado de la Sucursal era yo; posteriormente me enviarían a un Auxiliar Administrativo. Por supuesto, no
había teléfono y estuvimos sin él unos tres meses. Tampoco había ningún sistema
de calefacción y el frío que pasaba en la oficina, no me permitía quitarme ni el
abrigo, ni los guantes. Me salieron sabañones en las orejas.
Mi primera obligación era la de
presentarme a la gente del pueblo, comenzando por el Alcalde. Me dirigí al
Ayuntamiento y allí me recibió el Alguacil. Le pregunté que cuándo podría ver
al Sr. Alcalde. El Alguacil, me informó que el mejor momento para ver al
Alcalde era a la una de la tarde en el Jamaica (el bar). Además así conocería a
la vez, al Practicante, al Juez de Paz, al Boticario, … … en fin, a la gente
más representativa. Pues bien, hice caso al Alguacil y a la una estaba en el
Jamaica. Todos los que estaban en el bar en ese momento ya sabían quién era yo.
Yo no sabía quién era nadie. Me recibieron y se presentaron todos a mí, con
mucha amabilidad. Lo primero que me preguntaron fue: ¿Qué toma Vd.?. Se me
ocurrió pedir un vino tinto, por aquello de “donde fueres haz lo que vieres”.
Dado que el grupo con el que estaba era de seis personas, me cayeron encima
seis tintos, es decir, seis rondas.
Menos mal que todavía no existían los
controles de alcoholemia. A las tres de la tarde volvía a mi casa de Madrid,
bastante contento y habiendo tomado mi primer contacto con casi todas las
autoridades del pueblo. Acababa de descubrir una Sociedad, desconocida para mí,
en la que debería integrarme para desempeñar mi función laboral. Y la
experiencia inicial me gustó.
(Continuará).
1 comentario:
Esto promete, aunque he empezado a leerlo por el final.
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