Hace unos días, cayo en mis manos un relato escrito por Giovanni Papini ( Florencia 1881-1956), perteneciente a su libro “Gog”, publicado en 1931. El libro es una colección de relatos filosóficos escritos con un estilo brillante y satírico y es considerado por la crítica europea como su mejor obra.
El relato al que me refiero se llama “La compra de la República” y se me antoja de rabiosa actualidad, a pesar del tiempo transcurrido desde su creación. Cuando lo estaba leyendo se agolpaban en mi mente cuantiosas similitudes con el momento actual. A mi me sobran los comentarios. Me ha parecido interesante compartirlo con vosotros, mis amigos, y lo transcribo a continuación.
El relato al que me refiero se llama “La compra de la República” y se me antoja de rabiosa actualidad, a pesar del tiempo transcurrido desde su creación. Cuando lo estaba leyendo se agolpaban en mi mente cuantiosas similitudes con el momento actual. A mi me sobran los comentarios. Me ha parecido interesante compartirlo con vosotros, mis amigos, y lo transcribo a continuación.
LA COMPRA DE LA REPUBLICA
Este mes he comprado una República. Capricho costoso y que no tendrá imitadores. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y he querido librarme de él. Me imaginaba que el ser dueño de un país daba más gusto. La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El presidente tenía el agua hasta el cuello; su ministerio, compuesto de clientes suyos, era un peligro. Las cajas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal del derrumbamiento de todo el clan que se hallaba en el poder, tal vez de una revolución. Había ya un general que armaba bandas irregulares y prometía cargos y empleos al primero que llegaba. Un agente americano que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado.
Me han dado en garantía -sin que el pueblo lo sepa- las aduanas y los monopolios. Además, el Presidente y los ministros han firmado un convenio secreto, que me concede prácticamente el control sobre la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el dueño casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante crecida, para la renovación del material del ejército y me ha asegurado, en cambio, nuevos privilegios.
El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las Cámaras continúan legislando, en apariencia libremente: los ciudadanos continúan imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de las cosas. No saben que todo cuanto se imaginan poseer -vida, bienes, derechos civiles- depende en última instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.
Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, la reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrados. Podría, si quisiera, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar así al gobierno, desde el Presidente al último secretario. Y no me sería imposible obligar al país que tengo bajo mi mano a declarar la guerra a una de las repúblicas colindantes.
Esta potencia oculta e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los fastidios y la servidumbre de la comedia política es una fatiga bestial; pero ser el titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a su movimiento, es una voluptuosidad única. Mi desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones.
Yo no soy más que el rey incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y tal vez más vastas e importantes que mi República, deciden, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros. Siendo necesario más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un Trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.
Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza que continúan recitando con naturalidad el papel de jefes legítimos.
6 comentarios:
Recuerdo haber leído el libro que citas junto con El juicio final a mis quince años en mis tiempos de seminarista.
No recordaba este relato, aunque es una clara muestra de su sarcasmo.
Supongo que en aquellos lejanos e inocentes tiempos, lo tomé como un cuentecillo de ciencia ficción. La edad me hace comprender que su relato es totalmente actual, perfectamente verosímil, y lo que es más importante, verídico.
Salut.
En España ese relato se podría titular "Botín, presidente de España S.A.".
Tienes toda la razón, Armando. Es un texto que está de rabiosa actualidad. Nuestros políticos hacen como que hacen algo, básicamente holgar, pero el poder lo tiene otro. El pueblo vive en la inopia mientras Botín y demás financieros siguen esquilmando al país. Por cierto, qué gran apellido para un banquero.
Estimado Armando, comprar repúblicas se ha quedado pequeño, ahora se compra el mundo y se llama globalización. Te dejo un enlace a un documental bastante largo. Podemos decir que pertenece a la "teoría de la conspiración", la última parte (la económica), creo que te interesará. Un poco de paciencia al principio.
http://taringa.net/posts/videos/897686/Zeitgeist:-Documental-para-quedar-asi-0_0.html
Un abrazo
He ido poniendo nombres actuales de nuestro país a los actores que iban apareciendo en el texto de Papini. Perfectamente podría ser una crónica basada en hechos reales.
Me parece que esa "voluptuosidad única" que siente el protagonista del gran relato de Papini que nos ofreces, la sienten algunos personajes de nuestro mundo real, por desgracia.
Gracias y un abrazo.
Hombre, Armando, ¡qué gratos recuerdos me trae "Gog".
Si te digo la verdad, es uno de esos libros que tenía sepultado en la memoria.
Si hubieras escrito antes este post, hubiera lo hubiera incluido en aquel "meme de los libros" que hicimos en la comunidad hace ¿unos meses?
Volvería a leerlo con gran placer si lo tuviera a mano, entre otras cosas, por su actualidad. saludos:emilio
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