La gente de Algete me admitió rápidamente en su vida diaria, al
principio como “el forastero” y, poco a poco, ya estaba participando en la vida
del pueblo como uno más.
Tuve que habituarme a las costumbres del pueblo
y a la idiosincrasia de su gente. De este modo, entre otras cosas, me tocó
responder a un montón de “encuestas populares”. Una de las primeras encuestas
fue la que les permitió a los algeteños saber sobre mi estado civil.
A la
semana de llegar, un señor mayor del pueblo, mantiene conmigo la
siguiente conversación:
-
Buenos
días, ¿Vd. es el del Banco verdad?.
-
Sí
señor.
-
¿Está
Vd. casado?
-
No,
pero tengo novia y me pienso casar este año.
-
Quiá;
haga Vd. como todos los que han llegado a este pueblo. Búsquese una moza con un
buen fajo de escrituras bajo del brazo y se casa con ella. Luego Vd., cuando le
haga falta, se va a Madrid y tiene a todas las mujeres que quiera.
-
Lo
tendré en cuenta.
-
Hágame
caso, yo le informo de las mozas libres del pueblo y de las tierras que tienen.
-
Adiós.
-
Adiós.
Volví a mi trabajo pensando si sería
cierto todo lo que acaba de escuchar. Yo flipaba.
En muy poco tiempo me enteré, que aquello
que me contó el buen señor, había sido una tónica en ese pueblo. Al parecer, en
la guerra civil, Algete “cayó” en zona republicana y después de la guerra se
quedaron muchas mujeres viudas. También, según contaban los más viejos, los
ganadores de la guerra pusieron en práctica lo de la “moza con un fajo de
escrituras”. De este modo me informaron de cómo alguno de las “fuerzas vivas”,
que llegaron al pueblo con los vencedores de la guerra, había puesto en
práctica ese negocio tan peculiar.
Al no tener teléfono en la Sucursal,
todos los días tenía necesidad de acudir a la centralita de Teléfonos para
resolver los más diversos temas relacionados con el negocio bancario. La
telefonista del pueblo, que era bastante fea, era también una de las
candidatas que me había buscado aquel hombre para el negocio del casorio. No sé
hasta dónde llegarían sus gestiones, pero el día que nos instalaron el teléfono
en la Oficina y no tuve que volver a verla, se me quitó un peso de encima.
Le contaba estas historias a mi novia y
no daba crédito. Tampoco lo creían mis amigos, que no paraban de tomarme el
pelo. Pues sí: las cosas eran de ese modo. Finalmente acabé casándome con mi
novia y eché a perder el negocio de “la moza con el fajo de escrituras”.
5 comentarios:
Muy curiosa la situación que cuentas, Armando. Lo "malo" que tiene es que estas historias nos interesan a nosotros y unos pocos más como tu sobrino Miguel.
Si te digo la verdad, me gustaría contar alguna de estas anécdotas. Pero al ver al personal tan "enchufado" a sus móviles y a sus múltiples aplicaciones, desisto.
Un abrazo: emilio
Amigo Emilio.
Espero que cuentes muchas de esas anécdotas que has vivido. Este tipo de vivencias a mi me han desarrollado mucho como persona.
El primer Twitter que yo conocí, fué el repertorio de toques de campanas de los pueblos y el cotilleo de la plaza de esos pueblos. Hoy pasa igual, con diferente tecnología y sin tener enfrente al interlocutor. Lo mismo que estamos haciendo ahora tú y yo. Pero esto también es bueno y saludable.
Un fuerte abrazo.
Por ser vos quien sois -y sinque sirva de precedente- ahí va una de esas anécdotas:
Yo he nacido en una prqueña capital de provincias de andalucía. Mi primer destino como profesor fue en Alclá la Real.
Uno de los primeros días, al salir de clase, fuimos a tomarnos una cerveza "al bar de enfrente", en pleno casco urbano.
Como hacía buen tiempo estábamos en la puerta.
Mi sorpresa fue cuando vi a un "señor" montado a caballo aproximarse al bar.
Saludó desde su montura a un profe de los "antiguos" y se quedó allí estático y en silencio hasta que este profe le acercó un "fino".
Lo paladeó y degustó hasta que le pareció bien -siempre sin bajarse del caballo y procurando mantener su estampa-, mientras miraba a los demás de soslayo, y cuando terminó se fue de las mismas.
Parece que lo estoy viendo todavía...
La "estampa" que tan bien relatas, concuerda con algunas de las cosas que viví y, por no ser pesado, no he contado.
Entiendo por tu anécdota, que también debiste aprender mucho de tu estancia en esta cultura.
Un abrazo.
Esa es la 'España de Puerto Urraco', como yo la suelo denominar un poco en plan cabroncete. Pero aunque te sorprenda, Armando, esa mentalidad sigue existiendo en pleno siglo XXI en muchos pueblos y ciudades pequeñas. Nos hemos vuelto muy tecnológicos pero, en el fondo, las cabezas han adelantado mucho menos que las ciencias.
Un abrazo.
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