Dos casas más abajo de donde estaba la
Oficina, vivía “el Chato”. Pasaba buenos ratos en la Sucursal, mientras yo
trataba de convencerle que abriera una cuenta. Me había dicho que tenía el
dinero en casa y que lo estaba pensando. Un día, a eso de las dos de la tarde,
cuando iba a cerrar la Sucursal, aparece el buen señor y me dice que si puedo
ir a su casa para abrirle la cuenta e ingresar el dinero que tenía. Tomo la
documentación y me voy con él. Hacemos los trámites de apertura de cuenta y
cuando llega la hora de traer el dinero, aparece con una olla de barro antigua,
llena de billetes de todas las denominaciones. Había billetes que yo no había
visto nunca. Gracias a que un antiguo
cajero de la Oficina Central me había prevenido de este supuesto, pude saber
que solo valían los billetes emitidos después de finalizar la guerra civil.
Curiosamente no había ninguno anterior. Esto se llama cultura popular práctica.
Al día siguiente, acude a la Sucursal
para decirme que si podemos ir en mi coche a una de sus huertas a coger unos
tomates que me quiere obsequiar. No me puedo negar. Y después de coger en su
casa unas banastas, nos acercamos a su huerta. Cogemos una banasta de tomates e
iniciamos el camino de vuelta. Es en ese momento, cuando me indica que me meta
por un pequeño sendero que parte de la carretera. Llegamos a la valla de otra
huerta (que presumo suya) y paramos al pie de una frondosa higuera. Me dice que
también vamos a coger higos. Se sube al árbol y yo me quedo en tierra para
recibir los higos y depositarlos en otra banasta, hasta que se llena.
Volvemos hacia el pueblo en animada
conversación sobre temas hortícolas, que él domina perfectamente y de los que
yo no tengo ni idea. En un momento de la conversación le indico, que yo no sabía
que tenía otra huerta donde la higuera. Él me contesta diciéndome que aquella
huerta no era suya; que los higos los habíamos robado. Yo no sabía dónde
meterme. Entonces comprendí el significado de la expresión “estar en la
higuera” y nunca mejor dicho.
Le comento que si en el pueblo se enteran
que “el de la Caja”, “el forastero”, se ha ido a robar higos, mañana me echan del
pueblo. “¡Vaya un ejemplo!. ¿Y si nos llega a ver el cabo de la Guardia Civil?”
le pregunto. “¿Nos ha visto?”, me contesta, “pues entonces ¿por qué te
preocupas?; yo no voy a decir nada a nadie ¿vale?”.
A pesar de todo, yo sentía un cosquilleo
en el estómago muy molesto. Aunque de manera inconsciente, había estado robando
higos con aquel cachondo mental. Estaba claro que yo no tenía madera para ser
máximo ejecutivo de una Caja de Ahorros: no sabía ni robar higos. Por cierto,
estaban buenísimos.
Estas breves historias, tan solo han sido
una pequeña muestra de una vivencia muy intensa, de solo nueve meses, en una
cultura muy diferente de la que yo conocía hasta entonces. Esta experiencia
“rural” me ha servido de mucho en mi vida. Fue en ese momento, cuando mi mente
se abrió a los diferentes entornos culturales que nos rodean y cuando comencé a
interesarme más, por las diferentes maneras de pensar y de vivir que tenemos
las personas. Estoy muy agradecido a aquellas gentes de Algete, que, como decía
el cura, eran buenas personas. Gente de fiar.
6 comentarios:
Muy interesante, y además me ha traído buenos recuerdos de mi etapa al frente de una oficina de pueblo.
Me ha gustado mucho tus "batallitas".
Un saludo,
El eremita.
Gracias Manolo por tus comentarios.
Repito que, a mí, esta experiencia me formó una barbaridad como persona.
Un saludo
Amando ¡que bonito¡
Que bien creada la atmósfera del pueblo, me recuerda el Camino de Delibes.
Saludos.
Muchas gracias Angela.
He procurado reflejar la realidad que viví y de la que tanto aprendí.
Un saludo
Es que los que somos de natural honrado, lo pasamos bastante mal cometiendo esas 'ilegalidades'. No servimos para políticos, Armando, desengañémonos.
Un abrazo.
Fernando, muchas gracias por tus comentarios. Como indicas en alguno, el cambio fue brutal. Pero como he repetido varias veces, fue una experiencia muy positiva para mi formación como persona.
Un abrazo.
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