martes, 26 de marzo de 2013

TOMA DE CONTACTO (1/5)




Hace unos meses, en una reunión familiar, salieron a colación, alguna de las experiencias que viví durante mi estancia laboral en Algete (Madrid). Mi sobrino Miguel me animó a que las escribiera y finalmente  he decido comenzar este relato. Hoy quiero recordar mis primeros días. Espero continuar sin aburrir al amable lector.

Corría el año de 1971, cuando me nombraron responsable de la Sucursal de Caja Madrid en aquella localidad. Algete era entonces un pequeño pueblo con una cultura rural muy arraigada y que yo desconocía totalmente. Hoy, cuarenta y dos años más tarde, se ha convertido en un núcleo urbano de casi 22.000 habitantes, muy diferente del que yo conocí entonces.

Pues bien, tuve que desempeñar el cargo de Director de aquella Sucursal durante un periodo de nueve meses y en ese corto espacio de tiempo, viví una serie de experiencias únicas para mí; para una persona que hasta entonces había estado inmersa en la cultura de la gran ciudad. Todos los días acudía desde mi casa de Madrid a Algete (unos 30 kms) y cada día vivía una experiencia diferente que me enriquecía de manera notable.  

La Sucursal debía estar en funcionamiento antes del 31 de marzo de aquel año, porque de lo contrario, la Confederación Española de Cajas de Ahorros nos podía quitar la autorización para aquella apertura. El local donde se ubicaba la oficina estaba en la calle Jose Antonio, una bocacalle de la carretera que venía de Madrid y en la que también estaba la Farmacia y el bar Jamaica (el único bar del pueblo que hacía café). Como todo se había producido con tanta rapidez, cuando llegué el primer día a mi nuevo destino, tan solo había en el local dos mesas, seis sillas, una máquina de escribir, una caja fuerte, un fichero y el pedido inicial de material de oficina y de impresos, necesarios para comenzar la actividad. De momento, el único empleado de la Sucursal era yo; posteriormente me enviarían a un Auxiliar Administrativo. Por supuesto, no había teléfono y estuvimos sin él unos tres meses. Tampoco había ningún sistema de calefacción y el frío que pasaba en la oficina, no me permitía quitarme ni el abrigo, ni los guantes. Me salieron sabañones en las orejas.

Mi primera obligación era la de presentarme a la gente del pueblo, comenzando por el Alcalde. Me dirigí al Ayuntamiento y allí me recibió el Alguacil. Le pregunté que cuándo podría ver al Sr. Alcalde. El Alguacil, me informó que el mejor momento para ver al Alcalde era a la una de la tarde en el Jamaica (el bar). Además así conocería a la vez, al Practicante, al Juez de Paz, al Boticario, … … en fin, a la gente más representativa. Pues bien, hice caso al Alguacil y a la una estaba en el Jamaica. Todos los que estaban en el bar en ese momento ya sabían quién era yo. Yo no sabía quién era nadie. Me recibieron y se presentaron todos a mí, con mucha amabilidad. Lo primero que me preguntaron fue: ¿Qué toma Vd.?. Se me ocurrió pedir un vino tinto, por aquello de “donde fueres haz lo que vieres”. Dado que el grupo con el que estaba era de seis personas, me cayeron encima seis tintos, es decir, seis rondas.

Menos mal que todavía no existían los controles de alcoholemia. A las tres de la tarde volvía a mi casa de Madrid, bastante contento y habiendo tomado mi primer contacto con casi todas las autoridades del pueblo. Acababa de descubrir una Sociedad, desconocida para mí, en la que debería integrarme para desempeñar mi función laboral. Y la experiencia inicial me gustó.
(Continuará). 

1 comentario:

Fernando Solera dijo...

Esto promete, aunque he empezado a leerlo por el final.